Moria's Purple Mirror

Moria's Purple Mirror

martes, 5 de febrero de 2019

Entre la silla y el olvido

Hoy les escribo acerca de mi abue, y de paso, de mi madre y de mí, que estamos aquí gracias a ella.

Mujer portentosa y de gran carácter. Fuerte y caprichosa. La mayor de tres hermanos, oriunda de Orizaba, Veracruz. Torbellino. Guapa y elegante, de figura envidiable en su época, por la amplia cadera y la cintura de avispa. Estudió la carrera para ser secretaria y trabajó, a pesar de estar casada, hasta jubilarse. Tuvo algunos novios, según platicaba, y pese a tener un padre muy estricto, se escapaba por las tardes para verlos. Se casó con un descendiente del mismo Antone Van Dyck, y tuvo tres hijos, la segunda, mi madre.

Fui su primera nieta. Cada año, en mi cumpleaños, mi abue me contaba la historia de cuando nací, y de cómo se empataba la fecha con el aniversario de bodas de sus padres. Ese año, sus padres festejaban en grande en un salón en la Ciudad de México, mientras yo esperaba a nacer en Uruapan, Michoacán. Salió de la fiesta sin haber dormido, y se dirigió al aeropuerto, sin embargo, cuando por fin pudo abordar y estaban casi listos, les pidieron que bajaran del avión por alguna situación emergente. Ella suplicó que la dejaran quedarse en su lugar, ya que temía quedarse dormida y perder el vuelo debido a que no había dormido nada desde el día anterior. Sin recordar bien a bien cómo, logró convencerlos y comentaba que la despertaron los avisos del piloto anunciando el despegue, una vez que ya todos los pasajeros se encontraban nuevamente en sus lugares. Así, la historia terminaba con ella llegando al hospital y con mi madre recibiéndola conmigo en brazos, entregándome a mi abue y diciéndole «ten, mamá, tu nieta».

Y así, cada año. Yo, la primera; la que hizo mamá a mi mamá y abue a mi abue.

Muchas veces me fui a visitarla en su casa, y me iba sola, porque disfrutaba estar con ella, disfrutaba su compañía, la calma, la casa grande y fresca, la Ciudad de México, el silencio por las mañanas, las pláticas por las tardes. Me contaba muchas cosas, me contaba sus historias y algunos secretos. Me contaba muchos pleitos que siempre tenía con su hermana. Me contaba de cómo yo soy su consentida por ser la primera nieta. Me repetía una y otra vez lo bonita que soy a sus ojos, cuánto le gusta mi cabello chino y de cómo le gustan mis facciones. Yo siempre le decía que me parezco a ella, que también es muy bella y que es de familia, a lo que respondía que no era cierto, porque ella está arrugada y vieja. Pero yo sé que lo es, y se lo vuelvo a repetir.

Cuando yo era pequeña, suficientemente mayor como para hablar y no tanto como para dejar de ser ingenua, mi madre me enseñó a contestar cuando me decían tipo «qué bonita estás», y la respuesta aprendida que yo debía dar era: «es que me parezco a mi mamá». Causaba sensación. La gente se reía y le encantaba que yo respondiera eso, simplemente uno no se lo espera. Luego creces y empiezas a entenderlo, por lo que contestas cualquier otra cosa. Luego creces más y entiendes que es cierto, y lo contestas convencida... «Oye, qué bonita eres», «gracias, es que me parezco a mi mamá... y a mi abue».

Lágrima. ¿Por qué nada de esto me da alegría el día de hoy? ¿Por qué se los quise compartir? ¿Y por qué escribo con un nudo en la garganta?
Porque sé que mi abue está ahí, en alguna parte. Solo que no lo recuerda. Poco a poco desde hace varios años ha ido perdiendo la memoria y se ha ido olvidando de todo y de todos. Recuerda a mi madre. Yo no tengo tanta suerte. A su diagnóstico antes se le llamaba demencia senil, pero ahora lo correcto es decirle solamente Demencia, ya que podría malinterpretarse como si fuese algo propio del envejecimiento, y no un padecimiento crónico degenerativo, como es.

Hace unos años mi abue sí lo llegaba a notar, y nos decía «discúlpame, esta cabeza mía no funciona bien a veces, no sé qué me pasa...» y sufría y lloraba. Ahora ya no sufre. Su creatividad llena los espacios. Todo el tiempo está creando situaciones para entender lo que sucede. Por ejemplo, al no saber dónde está, comenta que al terminar lo que está haciendo, se retirará a su casa, y unos minutos más tarde, puede platicar que está de vacaciones en un hotel, y que se la está pasando de maravilla.

Todo esto de pronto ha pasado a ser más difícil para los demás que para ella. No hace falta explicarlo.

He visitado a mi abue en su casa de retiro regularmente y no se acuerda de mí. De ninguno, solo de mi madre. Así que cuando fui a verla el domingo pasado sinceramente esperaba lo mismo. Siempre recuerda más a los doctores que a nosotros, sus familiares. E incluso a ellos tampoco sabe bien dónde los ha visto o por qué los recuerda. Es así que el domingo, sin mayor esperanza de que me recordara, llegué sin maquillaje y con el mismo chaleco con el que la he visto en un par de ocasiones, porque que me ha hecho notar que le agrada, y me llevé a mi marido conmigo en calidad de psiquiatra valorador.

A nadie engaño. Claro que llevaba una mínima esperanza de que esta vez me reconociera, si no como su nieta, al menos sí de que nos hemos visto alguna vez...

Cuál fue mi sorpresa al saludarla y ella recibirme con asombro escucharla decir «yo a usted la conozco... como de un familiar», a lo que le contesté «así es, abue, soy tu nieta, hija de Patito» «¿de mi Patito?» «Así es» «¡Ay! ¿ya ves? Yo sabía que te conocía, como de un familiar, yo sabía...»

Me dio tanto gusto, tanta felicidad... Me dijo una y otra vez que le gusta mucho mi cabello chino, mis facciones y que estoy muy bonita, a lo que yo le contestaba que ella también. Cada vez, ella contestaba que no, que está vieja, y yo le decía que es muy bella, que es de familia. La situación se repitió incontable cantidad de veces, así como las veces que me preguntó mi nombre y el nombre de mi madre. «¿De verdad Patito es tu mamá? ¿Dónde está ahora?» «En su casa, pero vino ayer» «Tiene mucho que no la veo, por favor, cuando la veas dile que venga, para reconocerla y preguntarle si siempre me he portado bien con ella, no vaya a ser que la haya tratado mal o le haya hecho alguna grosería...»

No sabe qué edad tiene. No sabe dónde está. No sabe con quién platica y a duras penas identifica las caras familiares. Generalmente no sabe de qué está platicando y hasta puede que cambie el tema de conversación. No recuerda a su familia o sus apellidos. No recuerda ni siquiera lo que desayunó hace 10 minutos y hace la misma serie de dos preguntas ocho veces seguidas, sin registrar las respuestas.

A sus casi 85 se encuentra muy sana físicamente, y no puedo dejar de pensar que es muy probable que la falta de memoria le ayude a mantenerse así, sin ansiedad por nada y dejándolo ir todo.

Mi abue está ahí, en alguna parte. Solo que no lo recuerda. Lo noto al platicar con ella. Cuando me pregunta que a qué me dedico y le contesto que soy psicóloga, sonríe y me dice «¡Ah, piscóloga!», y no importa cuántas veces me lo pregunte ni cuantas veces lo conteste, siempre me seguirá diciendo «¡Ah, piscóloga!». Porque ella es así, porque de acuerdo con ella, así se dice. Y sonríe de nuevo.

Y lo noto cuando camina, porque camina igual que ella. Y cuando come, cuando habla, cuando cuenta y cuando se queja, lo hace como ella misma. Aunque ella no se acuerde. Es irreverente, grosera a veces, caprichosa y mimada. Le gusta que las cosas se hagan como ella quiere y si no es así, se enoja. Tal cual ha sido siempre. Porque cuando envejecemos nos hacemos más como somos, y ella siempre ha sido así.

Volvió a preguntarme mi nombre y de quién soy hija. «de Patito» «¿mi Patito? No puede ser... ella no me había dicho nada de que hubiera tenido hijos...». Decidí hacer algo que quería hacer hace tiempo, con la esperanza de saber que recuerda en algún lugar algo de su primera nieta, le conté acerca de aquella fiesta y aquel vuelo, y aquella bebé en aquel hospital... «Pues no, no recuerdo nada de eso» me contestó fríamente y me cambió el tema.

Antes de irme, me pidió mi número de teléfono, como lo hacía justo antes de irme de su casa; le contesté que ya se lo había dejado, a lo que volteó para todos lados sin saber dónde estaba, creyendo en mi palabra al menos durante los segundos en los que recordaría mi respuesta. Después volvió a preguntarme un par de veces a dónde iría después de ahí, y al contestarle que a trabajar y preguntar que en qué trabajo, se repitió la rutina donde le explico que soy psicóloga y ella contesta «¡Ah, piscóloga!».

Ella ha olvidado que me he despedido ya tres veces, y sigue haciéndome plática acerca de cuánto le gustan mis chinos, mis facciones y lo bonita que soy, a lo que he contestado todas las veces que es bella también, aunque ella lo niegue todas.

Esto puede parecer cansado y tedioso para el lector, sin duda es desgastante para la familia. Pero estar ahí, no quererse ir, no poderse ir, eso es lo más difícil.

El olvido de mi abue es de las cosas más duras a las que me he enfrentado. Sé que cuando me levante de esta silla, cuando me vaya de su lado, no solo se olvidará de que estuve aquí, sino que se olvidará de que alguna vez existí. ¿Y quiénes somos si no el conjunto de recuerdos, de historias que nos conforman? Yo solía ser la primera nieta en la memoria de mi abue, su consentida. Hoy tengo mucho miedo, porque en mi memoria tampoco se registran todos los recuerdos, y eso asusta.

Mi madre es muy fuerte. Demasiado. Yo no he dejado de llorar desde aquel día, y sé que mi madre también llora, pero ella nos da fortaleza a todos. Incluyendo a mi abue, que recuerda muy bien a su Patito, aunque no recuerde muy bien cuándo va y cuándo no. Y mi madre es hermosa, lo sé porque me parezco a ella.
Sra. Bety

lunes, 13 de agosto de 2018

Moria, a través del espejo

Hoy lo logré. Soy una Moria al revés, logré voltearme cual Alicia en el espejo. Y se siente muy bien. Y mi cara está atrás y mi espalda adelante. Tal vez ahora todo se arregle. Porque todo últimamente había estado al revés, menos yo. Las grimas no dejaban de salir de mis ojos, hace meses. Tal vez más. Y el peso no dejaba de pesar en mi cuello. Y los nervios no dejaban de existir en mis tics. Y mis manos y mis pies se adormecían y se sentían como miles de alfileres que recorrían primero las puntas de los dedos, y después las falanges, y después las palmas y luego todas las extremidades. Y los párpados pesaban, pero ni así dormía. Cerraba los ojos con jet lag desde Nevada, sin casi haber descansado en las seis horas de sueño promedio interrumpido por sueños repetitivos e inquietantes.

Estuve bajando de peso. Tal vez por tantas fugas de agua salada; porque no he dejado de comer. Me había estado sintiendo muy ansiosa y eso hace que me dé hambre. Hamburguesas y papas fritas, tacos y crepas con tizanas de kiwi con fresa. Pambazos y tostadas. La gente lo notó, y muchos me dijeron que bajé de peso. Algunos fueron amables, otros, agresivos. También tuve un accidente, y un pequeño esguince de primer grado en el cuello que aún no sana. 

Sé que tardo mucho bañándome, porque no puedo dejar de hacer todas mis rutinas. Debo lavarme bien el cabello dos veces, más el acondicionador para rizos hidratados, y luego la barriga y los brazos, cuantas veces sea necesario, y los pies y las piernas, y todo, y dos y tres veces y de nuevo si es que siento que no me enjuagué bien. Y tengo dos champús distintos, y mi jabón es morado. Y el cuerpo debo lavarlo con el estropajo verde; excepto la cara, que lavo con la esponja más suave, con espuma exfoliante. 

Y de pronto, me volteé. Era yo, pero al revés. Y me sentí tan bien que quería quedarme ahi para siempre.
Por un momento, no sentí ansiedad, ni recordaba mis preocupaciones, ni la hora, ni dormir o despertar, ni el baño o el enjuague, o las grimas ni los nervios. Estaba del otro lado del espejo. En otra dimensión, sintiéndome tan bien, tan tranquila, tan a gusto, en medio. Encontré el lugar donde debo estar. El lugar del que no me quiero ir.

Tal vez ahora todo sea diferente. Ahora que soy una Moria al revés. Ahora que me pongo al revés, al igual que todo lo demás. Y entonces todo sea derecho porque todo esté para el mismo lado. ¿Será que la cabeza me deje de pesar?

lunes, 25 de junio de 2018

Agudeza de escritora

Me encontraba frente al espejo del baño antes de ir a dormir, con el cabello aún húmedo, las ojeras del tamaño de mi sueño y los ojos rojos sangre, dispuesta a lavar mis dientes. Sin embargo, me estorbaban los rizos ya esponjados, por lo que pensé en atarlos, pero no contaba con una liga a la mano. 

Decidí entonces utilizar los mismos rulos para trenzarlos entre sí, aunque solo los de encima, los más esponjados y ya secos, justo aquellos que más estorbaban, para dejar que los demás, los todavía húmedos, terminaran de secarse. 

Viéndome al espejo; entre que no sé hacer trenzas, entre que ya estaba medio dormida, y entre que el reflejo está al revés, hice mi mayor esfuerzo y conté: 
—uno, izquierda, dos, centro, tres, derecha... —hice un nudo extraño y terminé diciendo— y etcétera, etcétera, etcétera.
El nudo cumplió su cometido, porque al menos duró el tiempo suficiente para terminar de lavarme los dientes, y aún no se deshace. Amo mis rizos.

Buenas noches.

domingo, 25 de marzo de 2018

Amores eternos

Esta tarde me encontré leyendo cartas de antiguos amores alojadas en la egoteca de mi pensamiento, allí donde a veces pareciera no caber un alfiler más, y que, sin embargo, siempre encuentra la manera de ser más y más amplia. Cartas de posibilidad de amor y de amor imposible, de aquellos quienes alguna vez se declararon prendados de mí.

Pero esta vez hay algo que se siente diferente... me detengo a pensar, y me doy cuenta de que tal vez no soy aquella que siempre he pensado, única y especial. Como revelación, comienzo a entender. Todos quienes dedicaron sus lunas, sus paisajes y su ser para mí, aquellos que me han declarado amor incondicional, han tenido más amores, han dedicado más poemas que los míos y han amado con pasión a otras parejas.

Entonces... ¿Quién soy yo?

He dejado de ser esa mujer afortunada, la que era tan amada, la musa de literaturas y de pasiones nocturnas descontroladas. Dejo de ser la coleccionista de corazones enamorados. De remembranzas y de motes cariñosos. Dejo de ser quien me he creído para empezar a ser una más en la vida de tantos.

Tal vez de esto se trate crecer, madurar, dejar de ser una niña caprichosa y berrinchuda, berrinchosa y caprichuda. Dejo de ser aquella Lolita, Wendy en el País de Nunca Jamás, para empezar a entender que no soy, nunca he sido ni seré el centro del universo de aquellos amores eternos. Y a entender que la que los conserva soy yo, no ellos a mí.

Amores eternos. 

Al invocar aquellas palabras, tan cerca de la muerte como estoy ahora, me parecen enteramente risibles e insoportables. Una burla absurda del universo para demostrarnos que no somos nada, cuando los que nos enaltecen son los mismos mortales estúpidos, con días contados y existencia vacía.

¡Qué bella debe ser una vida racional, certera e ignorante!


Amada muerte, único amor verdadero y eterno, olvídate de mí y permíteme regresar a la locura infinita, o recógeme en tus brazos y arrulla mi final, para que esta promesa de inexistencia le deje de doler a mi engorrosa consciencia.

jueves, 4 de enero de 2018

El cazador de dragones y la vampireza

Anoche fui a cenar con un amigo que tenía años de no ver. Se llama Lucent Vitelus. Es un cazador de dragones. Intentamos hacer cuentas del número de años, pero no logramos decidir si tres o cuatro, a lo que él contesta "depende del auto que traía en ese momento..."

Nos conocimos por casualidad hace 11 años, aproximadamente, en una fiesta de universidad donde coincidimos gracias a amigos en común. Fui con una amiga, con quien en ese momento nos encontrábamos de destrampe después de terminar por fin con relaciones tormentosas de años. Habíamos llegado a esa fiesta por invitación de un amigo de la facultad.

De inmediato me tiró la onda. Dice que le gustan altas. Imaginé que esa era la razón inicial por la cual no se aventó con mi amiga, quien es muy chaparrita. No recuerdo cómo salió al tema que me gustan los autos y a él también. -¿Quieres ir a ver mi auto...?" -me dijo.
Ahora que lo pienso, en esa época me arriesgaba demasiado. Él y su amigo, Kuru, nos invitaban a otra fiesta, cerca de ahí. Subimos al auto y avanzamos unas cuadras. Nuestro amigo de la facultad nos comenzó a buscar por teléfono, así que le pedimos a Lucent que nos regresara a la fiesta, con nuestro amigo.


Unos meses después, nos volvimos a encontrar, esta vez en un velatorio. La chica que organizó aquella fiesta, Bren, había fallecido por un descuido de sus amigos más cercanos, quienes tal vez condujeron sin precaución. En el carro iban tres personas más, todos compañeros de la Uni, todos amigos. Dos estaban en el hospital, uno con la pierna rota y la otra con muchas heridas, pero estable. La cuarta, la conductora, llegó al velatorio avanzada la noche, con un collarín. Al bajar de la camioneta en la que llegó, parecía no tener fuerza en las piernas y se desplomó en el piso. La ayudaron entre tres personas a dar cada paso, y parecía que no lograría llegar hasta el salón donde yacía el cuerpo de Bren. Cuando por fin logró entrar, la pena fue tal que volvió a caer sobre sus rodillas y soltó un grito de dolor que hasta el día de hoy recuerdo perfectamente.

Salí de ahí, harta de pena y duelo. Lucent me acompañó a la puerta. Una vez afuera, vi el auto en el que me había subido unos meses atrás, y le dije -me quedé con ganas de manejarlo... 
-Vamos -me contestó -te dejaré manejarlo.

Tomamos camino rumbo a la Ciudad de México, permitiéndome tomar las curvas de la libre con velocidad considerable, rebasando los trailers que toman camino de madrugada. Lucent comentaba acerca de cuánto le gusta correr los autos, y que se sentía emocionado de encontrar una chava que manejara como yo lo estaba haciendo. Al llegar a la ciudad, me indicó qué calles tomar hasta que llegamos a unos tacos en "Masarik", abiertos aún a esas horas. Una vez terminamos de comer, tomamos el camino de regreso, esta vez, manejó él. Yo me sentía cansada y algo triste.

De regreso platicamos más acerca de nosotros. Supo que soy una vampira, y me contó que es un cazador de dragones. Me dijo que se había dedicado a cazar dragones por varios años, como su padre y su abuelo antes que él. También me confesó que ya no quedan dragones en el mundo, y si los hay, están muy bien escondidos porque tenía años sin ver o saber de uno. Sinceramente, eso me entristeció, y me negué a creerle. Aún pienso que debe haber, quizá escondido en alguna montaña.

Me dijo además, que no había conocido una vampira, y que tal vez ahora debería dedicarse a cazarnos. Después de todo, un cazador nunca deja de serlo. Lo reté a que lo hiciera. Sabía que nunca me sería rival.

Volvimos. Dimos vueltas en el auto hasta llegar a la facultad. Le pedí que me llevara porque tenía clase temprano. Cuando llegamos, la facultad aún estaba cerrada, así que estacionó el auto cerca y dormitamos un poco. Cuando dio la hora esperada, lo dejé para ir a mi salón. Con la misma ropa del día anterior, cansada, desvelada y triste por Bren. Por los otros tres implicados en la colisión.

Un par de meses después, me invitó a festejar su cumpleaños con él. Un mayo. Me llevó a cenar hamburguesas, puesto que le comenté que me gustaban, y compró cervezas. Dijo que escribía un libro de sus memorias y que seguramente yo estaría en él. Nos fuimos a su departamento y me mostró que había comprado una consola y un juego que le había hecho saber que me gustaba. Sí, era su cumpleaños. Me complacía porque lo que quería era, por fin, llevarme a la cama. Con las cervezas encima, me dio sueño, lo que no le importó para cumplir su cometido. Dormí en su departamento y al día siguiente, cuando me metí a bañar, se metió también, pero me hizo sentir incómoda y me salí. Después de esa noche, me llevó de regreso a casa y no lo vi ni supe de él por varios años.

Una noche, tiempo después, me visitó en mi casa. Subimos a su auto y dimos vueltas por el pueblo contiguo; yo manejé. Me dijo que su vida iba muy distinta. Que por su trabajo, debía viajar demasiado y que casi no se encontraba en México, salvo periodos muy cortos de tiempo. Fumamos. Nos detuvimos frente al panteón. Era de madrugada y el silencio imperaba esa noche. Todo era calma. Vidrios abajo, sacando humo, estacionados justo en la reja de entrada del panteón, cuando de pronto, sin más, los perros del pueblo salieron de entre las calles, ladraron sin parar hacia las paredes del panteón, al tiempo que se vino un ventarrón que movió los árboles. El momento nos silenció. Aquello duró apenas un minuto o dos. Los perros se habían vuelto a ir, y el viento volvió a ser calma.

Hace tres o cuatro años, nos volvimos a ver. Esa noche pasó de nuevo a mi casa y nos dirigimos al mismo panteón, a hacer remembranza de todo cuanto se refiriera a ambos. El libro que escribía quedó en el olvido.



El paso del tiempo es incorruptible. Y ayer, nos vimos en un restaurante de "alitas", cenamos papas a la francesa, nachos, pollo y cerveza. Clara, porque la oscura le hace daño. Yo, una limonada natural. Le platiqué de mis achaques de la edad. Me platicó de los suyos.

Mientras yo comía, me contó de sus viajes; Brasil, España, Dubai, Panamá, Las Vegas, Francia, China... Mujeres, comida, alcohol y drogas. Buen sueldo con muy buenas prestaciones, sintiéndose aún mal pagado. Me contó también que bajó diez kilos, y que le hace falta bajar aún otros veinte. Me habló de su novia, a la que ve una vez cada que tiene oportunidad, entre los viajes de él y los de ella, quien trabaja en la misma compañía. Conversó un poco acerca de su visión del mundo, de cómo él y su grupo de amigos coincidían en pensar que los Baby Boomers le arruinaron la vida a las generaciones siguientes, por trabajar y darle todo a sus hijos. De cómo la vida es difícil pero hay que tener "los huevos" para levantarse cada vez; de cómo una de sus hermanas está por divorciarse y la otra está en depresión desde hace seis años, mientras que él le llama "débil" y la incita a darse un balazo para terminar con su sufrimiento. De cómo los padres son responsables de cada decisión, buena o mala, que tomen sus hijos, debido a la educación que les hayan dado y los valores de los que los hayan provisto. Antes de despedirse, me confesó que siempre le gustó mi amiga, la chaparrita.

Anoche fui a cenar con un desconocido. Se llama Marco y dice que es empresario. Es Ingeniero Químico pero se dedica a supervisar la construcción de fábricas de farmacéuticas. Se ríe de sus propios chistes y cree que hablar de pedas es gracioso, así como repetir incansablemente la "no mames" y referirse a mí como "we", porque, según él, así se hablan en su círculo...

viernes, 3 de noviembre de 2017

Luctuoso

A tantos años, sigue pareciendo ayer. Y duele como el mismo día. 

Te recuerdo tan bien como si vinieras nuevamente a verme a casa de mis padres, con tu voz chillona y tu cabello naranja, con tus abrazos, sinceros y apretados.


Recuerdo tus motivos, que aunque locos, sé que en tu cabeza tenían lógica. Tus desenfrenos y tus sinsentidos, los mismos que te llevaron a donde estás hoy. Tus ganas de comerte al mundo de un solo bocado, y tu seguridad cuando hablabas de cosas grandes para tu futuro. Tus razones, tus gustos, tus necesidades. 

Todo lo tuyo, y todo lo de los que te rodean, a los que dejaste con nada más que recuerdos, y un espacio vacío. Un hueco donde pertenecías, donde tu risa duele, tus abrazos duelen, tus fotos duelen. Donde dan ganas de ayudarte a ser lo que querías ser, y evitar que seas lo que eres.

Aún guardo nuestras fotos y cartas, y ese autógrafo que me instaste a no tirar, asegurando que algún día valdría millones. Nunca tuviste tanta razón. Al día de hoy, es extremadamente valioso. Porque tú lo hiciste.

Al final, la vacuidad nos recuerda que nos hemos de encontrar algún día, y tal vez eso sea lo que nos dé más temor. Porque el dolor es para el que se queda, no para el que se va. 

Desde aquí hasta donde estés, te abrazo, y celebro un año más, aunque, de manera más certera, un año menos.

lunes, 10 de julio de 2017

Compartiendo mi opinión...

En el entendido de que uno puede escribir lo que se le antoje en su blog, eh aquí mi experiencia/crítica constructiva/retroalimentación a la exposición de pintura a la que asistí la tarde noche del pasado 08 de julio.

Fui invitada por una amiga, a la cual al final no le fue posible llegar por motivos de trabajo. A pesar de que en la página de la Hamburguesería "La resistencia" anunciaban la exposición de Daniela Quijano a las 18:30 horas, mi amiga me comentó que iniciaría a las 19:00 horas. Es así que previendo el tiempo para comernos una hamburguesa, y por supuesto, tener un buen lugar entre los asistentes, llegamos al lugar 18:35.

Ya había asistentes al evento, como era de esperarse. Vimos llegar a la expositora faltando 10 minutos para las 19:00 horas. Supusimos que daría inicio en unos minutos más, pero mientras corría el reloj, ya con 10 minutos de retraso, pudimos escuchar a una invitada preguntar directamente a la homenajeada acerca del horario, a lo que contestó "primero voy a comer algo, no he comido".

Tan poco cordial como puede ser, se dio inicio al evento a las 20:02, y si hubiera tardado 10 minutos más, mi acompañante y yo ya no hubiéramos presenciado lo que vino después, estábamos a punto de irnos.
Claramente, hablar en público no es lo suyo. Una introducción pequeña, un agradecimiento por asistir y "los que gusten, acompáñenme arriba, o si quieren terminen de cenar, o como quieran".

Subimos tras ella. Ofrecían copas de vino tinto tan pronto llegabas a la sala, lo cual lo hizo parecer prometedor.

No soy ninguna crítica de arte, pero he estado suficientemente cerca de pintores, escultores y artistas plásticos, y he asistido a muchas inauguraciones de exposiciones artísticas, por lo que mínimamente sé de qué van.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Qué miedo una hoja en blanco. Que ansiedad una hoja en blanco. ¿Y si mi cabeza no crea? ¿Y si mis dedos no escriben? ¿Y si mi mente no piensa?

martes, 27 de diciembre de 2016

En la incertidumbre de las olas se hallaba ella, sublime, transparente, majestuosa. Solo las más rebuscadas leyendas le suponían en existencia. 

Atemporal, nunca vista. Solemne y callada. Virtuosa. Nada esperaba y todo tenía. Dueña de los años, de la espera y de la vida. La tragedia y la desesperanza, la emoción y el derroche. Línea de catalizador que enciende el cerillo. Punta del camino donde guía su luz. 

¿Qué tan maravilloso se puede ser en esta efímera vida? La angustia nos persigue como mortales en extinción. Morimos para nacer. Morimos para vivir. ¿Qué es la vida si no muerte lenta? Caminar con rumbo, siempre hacia el finito. 

Pero no ella. Ella no vive, no muere. Ella es. Posee. Algunos la han llamado madre, otros, naturaleza. Sirena a veces, otras, bruja. Todas ciertas, y así, todas erróneas. Sabiduría centuria, que se mueve con el viento, que camina con el mar; se alimenta de soledad y convive con el sueño. 

Se dice que algún tiempo estuvo enamorada de la muerte. Porque uno ama aquello que admira, aquello que le es ajeno, lo que se desea por inalcanzable. Y qué más, si todo lo tiene, si todo lo detenta. Todo menos a ella. 

Era toda existencia. La muerte toda inexistencia. Completitud y falta. Sol y luna. Aquello estaba destinado a no ser desde siempre. Porque la vida es muerte lenta, activa. Y la muerte solo es muerte inerte. Por eso, ella siempre es, fue y será. La muerte nunca.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Recuerdo que yo solía dormir en un ataúd... dormía de día y me levantaba de noche. Realizaba viajes -relativamente- cercanos, a lugares donde me hubiesen invitado, entraba de madrugada y observaba. En ocasiones, las menos, procuraba aquellos lugares donde no me habían invitado aún, con la esperanza de que un día lo hicieran. 

Así, también recorría las calles de las ciudades en busca de mi sustento de vida, solo lo necesario, pues no soy un animal instintivo, sino un ser racional. 

¿Amigos? Tal vez un par... cuando uno es dueño del tiempo, y los años son como días, los amigos casi no se frecuentan, simplemente están, y uno lo sabe. Y ellos lo saben.

Mi nombre era otro, uno que pocos conocen, por lo que me han llamado de diferentes maneras. ¿Cómo sobrevivir de otra forma? 

Y en las noches de luna llena, solía descansar de los viajes, de la rutina, de las necesidades de sustento, para simplemente recostarme en mi tejado predilecto para observar la noche mientras transcurre, mientras perece... y sentir el viento pasar y el rocío caer; hasta la hora de volver a dormir. 

Dicen que todo es finito... y un día, de casualidad, mientras trabajaba en la clínica, un médico internista me invitó a su consultorio, donde se encontraban dos representantes médicos con un aparato de esos de la nueva era, que te evalúan en solo 5 minutos... y fue así que el médico anunció mi fatal diagnóstico... "osteopenia" lo escuché decir como eco. 

Así que ahora, debo tomar el sol al menos 10 minutos al día...