A 6 días de haber iniciado un nuevo año, y yo con un tremendo dolor de espalda, de esos que me dan por las preocupaciones ajenas que me encanta hacer propias; o en todo caso, las preocupaciones propias que ignoro hasta que veo las de otros que, por fin, logran hacer que me identifique con las mías...y etcéteras.
El punto es el mismo: el dolor de espalda. Ya lo tengo más que reconocido y ubicado. Cuando me llega, casi puedo ver la viga enorme que me cargo en ella. Tamaño, forma, textura, todo. Es ese dolor que me hace tomar decisiones, justo las que no quiero enfrentar.
A veces platico acerca de las situaciones ajenas; y mientras lo hago, no puedo evitar sentirme un tanto orgullosa al ver que, aparentemente, mis situaciones son más simples, o que sé tomar buenas decisiones; e incluso hasta me hace pensar en "qué afortunada soy". "Tengo suerte, ¿sabes?; no tengo ese tipo de problemas", o "Vaya, al menos cuento con la inteligencia para resolver esto o aquello". Y andas por la vida resolviendo las cosas de los demás. Evitando que caigan en aquello que yo odiaría caer. Justo en el lugar en el que me siento.
Sí, porque después me llega el momento de despertar y de enfrentarme. Justo después de analizar el problema de esa otra persona, y casi resolvérselo en su totalidad, al menos en mi mente; y cuando me quedo sola. Y comienzo a pensar en mí, en eso que quiero laboral y personalmente; en que realmente tampoco sé qué es; aunque tenga algunas cosas por seguro, como el saber que no quiero quedarme para siempre en este trabajo, o que odiaría vivir con un hombre que no baja la tapa del escusado.
La verdad es que no parece que tome decisiones incorrectas porque tampoco enfrento las mismas. Tan fácil como saber que quiero vivir una vida fuera de mi casa con el hombre que amo, pero elijo justamente al muchacho varios años más joven que yo, sin terminar los estudios y sin un trabajo que nos sacará a ninguno de los dos de nuestra cómoda vida en casa de nuestros respectivos padres.
Anotaba para mí algo que quisiera apuntar en este sentido. "¿Por qué de repente siento como que nadie realmente entiende lo que necesito para tener lo que quiero?". La respuesta es porque simplemente nunca lo digo.
¿Qué quiero? ¿Qué necesito para tener lo que quiero?...
¿Qué es a lo que más le temo en esta vida? A estancarme. Si tu te estancas, y yo me veo avanzando, me largo. Así de fácil.
La cuestión es, siendo sincera conmigo misma, que nunca lo comento; simplemente lanzo indirectas para un día llegar y decir: "lo siento, sabes qué es lo que yo necesito, lo que te pedí tantas veces... así que esto no va a funcionar".
Es aquí donde me detengo con mi dilema existencial. Y aquí va lo que me resta de sinceridad pura. No estoy segura de querer forzar a nadie a vivir rápido para obtener eso que yo necesito. Y el no tenerlo sí podría ser algo que defina el futuro.
Así que, tomemos nuestras decisiones.