Nos intentan enseñar de niños a confiar en los demás.
En los padres y en los hermanos por ejemplo.
Pero los padres nos mienten, y mucho.
Pero los hermanos tienen mundos propios.
Aprendemos, mientras crecemos, que no se debe confiar en los amigos, porque ven por ellos mismos, y al final, tomarán el pedazo más grande de pastel sin decirnos, nos quitarán al novio del que estábamos enamoradas, o nos dirán acerca de la propuesta de trabajo una vez que se haya pasado el tiempo de llevar los papeles.
Y dirán lo arrepentidos que están y cuánto hubiesen deseado haber actuado diferente.
Y dirán lo arrepentidos que están y cuánto hubiesen deseado haber actuado diferente.
Mentirán, como lo haremos nosotros, a todos los demás, con tal de salirnos con la nuestra.
Terminaremos mintiéndole a nuestros padres para que no se enteren que perdimos la virginidad en aquella fiesta en la que estábamos embriagados hasta el fin de botella, cosa en la que, por supuesto, también mentiremos.
Durante la vida, uno se enamora, se ilusiona, se compromete. Y después de todo eso, nos gusta pensar que sí se puede confiar en alguien. Y que las relaciones se basan en la confianza. Pero uno no deja de mentir.
Y le diremos al novio que es el único que nos ha cautivado nunca, que nada podrá separarnos, le diremos que el amor es infinito.
Le diremos que el mensaje es de un compañero del trabajo, que por cierto nos cae mal por las horas en las que llama y que mañana mismo le haremos saber que debe respetar el horario de trabajo.
Y diremos que al visitar a la mejor amiga nos abstendremos de hablar de él o, en todo caso, le compartiremos lo maravilloso que es, dejando de lado de la conversación el pleito de la semana pasada.
Y al jefe le diremos que el reporte está terminado y que en cinco minutitos más lo tendrá impreso, y que la impresora se quedó sin tinta. Le diremos al mecánico que el auto simplemente dejó de funcionar y que no tenemos la menor idea de qué sucedió. Y el mecánico nos dirá que está cobrando lo justo, y que hasta hizo un descuentito. Le diremos al mesero que nos disculpe muy apenados, porque en serio, en serio, no traemos cambio. Y nos dirá la de la tienda que luego nos da el peso que nos quedó a deber.
Y diremos que cambiaremos eso que es motivo de pleito.
Y diremos que haremos eso que se nos ha olvidado hacer por meses.
Y diremos que nos importa algo que en realidad nos vale madres.
Y le diremos a nuestros hijos las mismas mentiras que nuestros padres nos dijeron a nosotros. Y ellos nos dirán las mismas mentiras que les dijimos a nuestros padres.
Y entre tanta mentira, a uno le gusta confiar en uno, aunque muchas veces uno no lo haga.
Y uno llega a creer que uno mismo no puede mentirse. Pero nos decimos que el siguiente año será mejor que éste que termina.
Y hoy me entero que mi memoria me mintió ya en dos ocasiones. Y me sentí triste por confiar en ella. Pero, pensándolo bien, quién confía en alguien en estos días...